NI SER HUMANO, NI SER DIVINO, SER ETERNO

 

No lo sabés, pero desde que naciste estás atrapado en un paradigma: el del tiempo. Vivís midiendo lo que hacés, cuánto falta, cuántos años tenés, cuánto tardará algo. Y todo eso parece natural, inevitable, como si el tiempo fuera una ley universal. Pero…  ¿y si no lo fuera? 

¿Y si tu verdadera naturaleza no tuviera nada que ver con esa línea recta entre nacer y morir? ¿Y si eso que sos no tiene ni principio… ni fin?

No hay revelación sin incomodidad. Y este texto es un umbral, no un refugio. Dudarás de eso que llamás “yo”, eso que pensás que sos, eso que defendés con tanta fuerza cuando decís: “soy humano” o “soy divino”. Porque quizás —y solo quizás— seas algo más. Tal vez, sos eterno.


La identidad como construcción temporal

Todo lo que creés ser está tejido con hilos del tiempo. Naciste en un cuerpo, te dieron un nombre, te dijeron que eras alguien. Te enseñaron que ser humano es tener emociones, límites, virtudes y errores. Que sos parte de una especie que nace, crece, se reproduce y muere.

Y entonces, te lo creíste. Construiste tu identidad desde esa base: desde el límite.

Tu “yo” está hecho de memorias, de pasado. Y de proyecciones, de futuro. Pero… ¿cuánto hay de presente real en eso que decís ser? La identidad que defendés con tanto esfuerzo es, en el fondo, una máscara tejida con tiempo.

Y si el tiempo es una ilusión, entonces esa identidad también lo es. “Pero… si el tiempo no es real, ¿qué queda de eso que llamás ‘yo’?


El miedo a la eternidad

Decimos que le tememos a la muerte, pero quizá lo que verdaderamente nos aterra es la eternidad. Porque no la conocemos. Porque nunca la experimentamos. Y lo desconocido genera miedo. Como el perro de la metáfora de Platón: ladra no porque algo sea malo, sino porque no lo reconoce.

La idea de vivir para siempre, desde un paradigma en el que todo tiene un principio y un final, nos enloquece. Nos imaginamos esta misma vida —con sus dolores, sus límites, sus rutinas— extendida hasta el infinito. Y eso nos desespera.

Esa idea de eternidad es una herencia: una mezcla de dogmas religiosos, miedos culturales y fantasías infantiles. Cielos quietos, infiernos eternos, almas flotando en la nada… Ninguna de esas imágenes hace justicia a la verdadera libertad de lo eterno

Pero es una trampa. La eternidad no es “más tiempo”. Es otra realidad.


Ser como acción, no como sujeto

El yo que decís ser está hecho de historias, de etiquetas, de una memoria que repite lo que otros dijeron que eras. Lo llevás como una mochila. Pero… ¿y si esa mochila no define tu Ser, sino solo lo que cargaste hasta ahora? Vivimos diciendo “soy esto”, “soy aquello”, como si “ser” fuera un lugar donde llegamos, un casillero que habitamos.

Pero… ¿y si “Ser” no fuera algo que se tiene, sino algo que se hace? No se trata de Ser Humano o Ser Divino como sustantivos, como categorías fijas. Se trata de estar siendo. De moverse, de fluir, de elegir. De vivir el ser como verbo.

Solo en el movimiento se puede abrazar la eternidad, porque la eternidad no es quietud. Es expansión permanente. Es como una espiral que no vuelve al mismo lugar, pero que siempre gira desde el centro. Y eso no puede ser capturado por ninguna etiqueta.


Ser humano como etapa, no como condena

La experiencia humana es real, y a la vez limitada. Sentimos, pensamos, reímos, sufrimos. Tenemos cuerpos que se enferman, vínculos que se  rompen. Y todo eso forma parte de ser humano. Pero no somos eso. Estamos siendo eso, por un tiempo.

Y si estamos siendo humanos, también podríamos estar siendo eternos.

La trampa está en pensar que esto es todo. Que este “yo” que armamos con recuerdos, miedos y aprendizajes es lo que realmente somos. Que no hay más.


Ser divino como parte de la Unidad

Las filosofías espirituales, las religiones, las escuelas esotéricas, todas coinciden en algo: somos parte de algo mayor. Llamalo Dios, Universo, Fuente,  Todo… Ese Todo es eterno. No tiene comienzo ni fin. Y vos sos parte de eso. No porque lo creas. Porque lo sos.

El error es pensar que ser divino es lo opuesto a ser humano. Como si fueran dos casilleros enfrentados. Pero no hay dos polos. Hay una danza.

Ser divino no es dejar de ser humano. Es recordar que sos más que eso. Que podés abrazar la Unidad. Y al hacerlo, dejar de temer. Porque si todo es eterno… vos también lo sos. La eternidad no es solo temporal. También es física. El Todo es eterno, y vos sos parte del Todo.


La ilusión de la separación

Parte del sistema en el que creciste te enseñó a etiquetar todo: esto es bueno, esto es malo. Esto soy yo, esto no. Esto es correcto, esto es ridículo.

Y así, fuiste construyendo tu “yo” a partir de diferencias. Te separaste del otro, del mundo, de Dios. Y cuando algo no encaja con tus etiquetas, lo temés. El juicio genera distancia, y la distancia, miedo.

Es por eso que a veces no podés amar sin condiciones, ni escuchar sin defenderte, ni mirar sin interpretar. Pero todo eso también es parte del tiempo: el tiempo necesita separar para ordenar. 

La eternidad, en cambio, integra. Cuando recordás que sos parte del Todo, la idea de “yo” cambia. Deja de ser una frontera, y se vuelve una puerta..


¿Y si todo esto no es solo una idea? ¿Cómo se vive la eternidad en lo cotidiano?

No hace falta abandonar nada, ni retirarse del mundo. Al contrario.

La práctica de ser eterno sucede en lo más ordinario.

Cuando decidís no tomarte nada personal. Cuando soltás la urgencia de tener razón. Cuando frenás antes de responder en automático.

Porque a veces, basta con estar presente un instante más que el miedo.

Cuando elegís mirar a alguien más allá de su personaje. Cuando dejás de sostener una historia que ya no te representa. Cuando te animás a cambiar de camino, aunque nadie lo entienda. Cuando elegís actuar por amor, incluso en lo que parece mínimo.



Eso es ser eterno. No porque no vayas a morir, sino porque estás eligiendo no vivir desde el miedo.

Ser eterno no es una creencia.

Es una práctica interna, cotidiana y radical.

Es habitarte sin necesidad de definiciones fijas.

Es dejar de ser “alguien” para empezar a ser acción.

Es fluir, transformarte, desidentificarte.

Es recuperar la libertad de no tener que parecerte a nadie.

Ni a vos mismo.


Y lo que se logra cuando elegís ser eterno es simple y a la vez inmenso:

Se logra paz en medio del caos.

Se logra presencia en lugar de ansiedad.

Se logra una verdad que no necesita ser explicada.

Se logra amor sin condiciones.

Se logra una libertad que no depende de nada externo.

Ser eterno es volver al origen. Es dejar de actuar como si tu vida tuviera un final. Y vivir, de una vez por todas, como si estuvieras hecho para siempre.

Porque lo estás. 

Siendo humano. 

Siendo divino. 

Estás siendo. Y si estás siendo… podés ser eterno.